La crianza de nuestros hijos es a menudo una tarea exigente, pero también es una oportunidad de acrecentar o recuperar el entusiasmo por vivir. Nos cuestionamos: ¿para qué educamos? ¿Educamos para que sean felices? O ¿para que vivan en plenitud? ¿Cómo hacemos para que incluyan en su perspectiva de vida al sufrimiento, inevitable en el camino? Las necesidades de nuestros hijos que crecen nos permiten recrearnos a nosotros mismos como adultos. En definitiva se trata de fortalecer el vínculo familiar como factor de protección y prevención. Una invitación a vencer la fatiga cotidiana y reencontrarnos con el entusiasmo perdido.
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